El nombre de un grupo de jazz me hace pensar en la situación cultural de los asiáticos en Norteamérica. Por pura casualidad, cuando introduje este nombre en un banco de datos de nuestra biblioteca, apareció como título de un libro que trata justamente el tema de la inmigración asiática a EEUU. La cuestión de la inmigración y en particular de los asiáticos ha recibido mucha atención en la prensa últimamente, primero por lo acontecido en Milán y luego por la matanza en Virginia Tech.
Lo que ocurrió en Virginia Tech me duele porque entiendo perfectamente cómo habrá sufrido la familia de este joven. Ya en un principio, la inmigración, aún cuando es voluntaria (entre comillas), ocasiona conflictos y confusión culturales a veces de proporción trágica. En el caso de la cultura coreana, su historia ha influido en la retórica de la cultura que enfatiza el largo sufrimiento de su pueblo. Se siente este tono hasta en las conversaciones más inocentes, un tono sufrido, donde toda normalidad se tiñe por esa queja cultural interminable de sufrimiento indefinible. Un poco a lo europeo del este. O en la misma línea que el kvetch de los judíos.
El mismo pueblo coreano rechaza el hecho de que pueda haber irregularidades en la raza coreana. En una curiosa mezcla de puritanismo confuciano, se disimula lo que no se quiere ver, y se refuerzan siempre las jerarquías sociales fuertemente codificadas, en torno de las cuales gira toda la sociedad coreana. Es curioso ver las normas estrictas de conducta social en contraste con el temperamento fogoso de los coreanos. Detrás de la máscara impasible de los coreanos bulle una pasión desbordante. La violencia conceptual que encaran los inmigrantes se funde con la trágica distancia cultural de sus hijos, que a su vez, sufren la dolorosa incomprensión cultural, psicológica y lingüística o de sus padres o de sus compañeros. Los términos "compatriota", "nación" y "raza" se convierten en armas de doble filo, ya que colocan siempre a la segunda generación fuera de todo concepto unilateral. Tal enajenación desestabiliza toda base cultural que muchas veces sirve de andamio en la penosa transición de la infancia a la adolescencia. La pregunta "quién soy?" se bifurca constantemente y sigue vigente por toda la vida, en vez de limitarse a un momento pasajero y temporal.
Quiénes somos, al final? Somos productos de un doble sueño: el sueño coreano y el sueño americano. Nacimos en un país que no conocen a fondo nuestros padres y crecimos con los valores de un país que apenas conocemos, aunque poco importa esto, con todo lo que nos inculcaron nuestros padres. Somos más americanos --o en mi caso, canadiense-- de lo que sabemos, y cuando menos conviene, somos incluso más coreanos de lo que quisiéramos reconocer.
Y allí está el punto: la doble retórica coreana confuciana que juega con la realidad e invierte las correspondencias entre significado y significante. Algunos coreanos fueron citados en los periódicos diciendo que se avergonzaban de ser coreanos por lo que había sucedido en Virginia. Les traduzco esta frase en cristiano: "Estamos avergonzados de compartir características raciales con aquel asesino en este momento, porque nos ha herido fuertemente el orgullo al cometer un acto tan nefando. De haber tenido éxito en sus estudios o ganado un premio Nobel, seríamos eternamente agradecidos que uno de nosotros hubiera echado una luz positiva sobre nuestra nación." Puede sonar egoísta fuera de su contexto nacional, pero el orgullo es trascendental en la cultura coreana. Es cuestión de vida y muerte, de toda la nación y no de una sola persona.(1)
Esta mentalidad de grupo yo la entendía de joven, pero de otra manera. Si bien los coreanos se agrupan fuera de su país, es que se encuentran bien en un grupo, ya que perciben ser parte de una jerarquía. Este paradigma lo aplican a toda interacción social y a todo aspecto de su identidad. Cosa que me molestaba, ya que quería apartarme de aquellas personas que siempre se movían en un grupo y hablaban como un grupo, y subscribían las ideas que promovía el grupo.
La vergüenza que han expresado algunos coreanos será aún más intensa en el caso de los padres de Cho. No me imagino el profundo dolor --desde la perspectiva coreana-- de sus padres, que habrán sufrido la personalidad violenta de su hijo como un castigo (idea prevalente en la cultura coreana). Pero nadie habla de los padres. Son coreanos. Ya sabemos cómo son. No hablan el idioma de aquí. Son callados. No se integran a la sociedad de acá.
Pero yo sé que detrás de este muro de estereotipos, existe otro mundo con otra lengua que se habla con otro ritmo y que percibe la realidad con otras dimensiones que no se traducen ni en términos lingüísticos ni filosóficos. Y este conocimiento, aparte de la fácil retórica del panorama amplio cultural, es como un tigre salvaje absolutamente indomable.
A veces pienso que preferiría no conocerlo.
(1) Para una explicación del concepto coreano de la unidad colectiva, recomiendo este post.
2 comentarios:
Querida "amiga virtual"
Tenía días que quería pasar por aquí porque recordaba que eres descendiente de coreanos y sabiendo lo que es ser minoría en los "states" pués simplemente mandarte un beso (con permiso del ragazzo). Me encantó como has explicado el tema de la adaptación cultural. Algún día deberías escribir un poco las diferencias entre asiáticos porque los occidentales tenemos la penosa costumbre de meterlos a todos en el mismo saco. Salu2. Luis.
P.D. Where you say "Somos avergonzados de compartir" you should change "somos" by "estamos"
Gracias Luis, por la corrección! Ahora que hablamos italiano en casa, confundo ser y estar, además de por y para. A medida que escribía el post, me di cuenta de que había que precisar entre mi experiencia como asiática en Canadá y mi conocimiento de la cultura coreana a través del tema de la adaptación cultural de mi propia familia en Canadá (tema que, ahora con lo de la cultura italiana y un novio italiano que es todo menos que típicamente italiano, se ha confundido un montón). Gracias por la inspiración. Ya lo pensaré para otro post.
Saludos,
Anita.
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