viernes, agosto 8

De vuelta, de nuevo

Realizados los debidos viajes veraniegos, me encuentro entre dos continentes, dos países y diversas lenguas: el inglés hablado en casa de mis padres, con buen acento coreano, el italiano de mi marido, el francés québécois que está aprendiendo mi hermana y el español libresco que me sirve para mis fines académicos, y que ahora leo, escribo y hablo peor que antes y con cada vez más influencia italiana en mi acento y mi léxico.

Esta vez, sin embargo, vuelvo enriquecida por la clausura de un círculo verdaderamente vicioso que nos consumó a todos durante ocho años -- un drama familiar que se ha resuelto por fin en modo agridulce -- y que me ha pesado en modo particular, como suele suceder a los que asumen el papel de intermediarios y negociantes de la paz en cualquier familia.

Aparentamos filosóficos y tranquilos los que se encargan de este papel, pero debajo de la superficie yace un sistema complejo de nudos contradictorios y señales perdidas. Es que cuesta hablar en algunas situaciones y en otras puede resultar fatal. Hay que hablar, hay que comunicar; al mismo tiempo, hay que escuchar y hay que reflexionar.

¿Qué tiene que ver todo esto con la cocina? Mucho: pues, la cocina es donde reflexiono, donde recuerdo cosas, donde mido la harina y verifico que haya todos los ingredientes necesarios...es un laboratorio donde se curan las cicatrices, se cuida la piel y se organiza nuestra alimentación. Aquí, no hay idioma, no hay confusión, sólo aceite de oliva y el perejil que crece en nuestro jardín.

Bienvenidos de vuelta, de nuevo.