martes, abril 24

Halberstam

Hace unas semanas, mi novio y yo nos perdimos una oportunidad para asistir a una charla de David Halberstam, amigo cercano de unos amigos nuestros. De hecho, nuestra amiga me pidió sacar una foto de la marquesina del teatro donde el señor Halberstam iba a dar la charla, porque creía que le haría mucha gracia, sobre todo porque él no es así, me dijo, imaginándose la reacción de su amigo periodista al ver su nombre presentado con tanta gala. Aquel día estuve atareada, pero pasé varias veces en frente del teatro para cumplir lo prometido. Aparqué el coche y me paré en frente del teatro para hacer varias fotos de la marquesina, tratando de captar la composición justa para representar tanto la fachada del teatro como el nombre del periodista. Quién hubiera pensado que en un día tan nublado y gris, en medio del Midwest de EEUU, una charla de David Halberstam podría interesar a tantos estudiantes universitarios jóvenes con poca pinta intelectual y mucha cara de consentidos, muchos de los cuales no habrían venido a oír la charla si no hubiera sido por su profesor de la clase de periodismo, que les había prometido subir la nota tan sólo por asomarse al teatro. Por lo cual, mi novio y yo no pudimos entrar a ver al hombre cuyo nombre había protagonizado la lente de mi cámara fotográfica en la tarde.

Y ayer, como falleció en un accidente de coche, volvió a aparecer su nombre. Entonces, así fue que lo conocí, sólo de nombre. Algunos se quejaron de los estudiantes de periodismo que se preocupaban por una nota en clase en vez de interesarse por el tema de la guerra en Irák, pero creo que su profesor hizo bien en motivarles de esta manera. En cuanto a las fotos que hice, siento mucho la ausencia de una persona que no conocí en lo que fue su última visita a nuestro pueblo.

http://www.theglobeandmail.com/servlet/Page/document/video
/vs?id=RTGAM.20070424.wvhalber0424

viernes, abril 20

Terra de ninguém

El nombre de un grupo de jazz me hace pensar en la situación cultural de los asiáticos en Norteamérica. Por pura casualidad, cuando introduje este nombre en un banco de datos de nuestra biblioteca, apareció como título de un libro que trata justamente el tema de la inmigración asiática a EEUU. La cuestión de la inmigración y en particular de los asiáticos ha recibido mucha atención en la prensa últimamente, primero por lo acontecido en Milán y luego por la matanza en Virginia Tech.

Lo que ocurrió en Virginia Tech me duele porque entiendo perfectamente cómo habrá sufrido la familia de este joven. Ya en un principio, la inmigración, aún cuando es voluntaria (entre comillas), ocasiona conflictos y confusión culturales a veces de proporción trágica. En el caso de la cultura coreana, su historia ha influido en la retórica de la cultura que enfatiza el largo sufrimiento de su pueblo. Se siente este tono hasta en las conversaciones más inocentes, un tono sufrido, donde toda normalidad se tiñe por esa queja cultural interminable de sufrimiento indefinible. Un poco a lo europeo del este. O en la misma línea que el kvetch de los judíos.

El mismo pueblo coreano rechaza el hecho de que pueda haber irregularidades en la raza coreana. En una curiosa mezcla de puritanismo confuciano, se disimula lo que no se quiere ver, y se refuerzan siempre las jerarquías sociales fuertemente codificadas, en torno de las cuales gira toda la sociedad coreana. Es curioso ver las normas estrictas de conducta social en contraste con el temperamento fogoso de los coreanos. Detrás de la máscara impasible de los coreanos bulle una pasión desbordante. La violencia conceptual que encaran los inmigrantes se funde con la trágica distancia cultural de sus hijos, que a su vez, sufren la dolorosa incomprensión cultural, psicológica y lingüística o de sus padres o de sus compañeros. Los términos "compatriota", "nación" y "raza" se convierten en armas de doble filo, ya que colocan siempre a la segunda generación fuera de todo concepto unilateral. Tal enajenación desestabiliza toda base cultural que muchas veces sirve de andamio en la penosa transición de la infancia a la adolescencia. La pregunta "quién soy?" se bifurca constantemente y sigue vigente por toda la vida, en vez de limitarse a un momento pasajero y temporal.

Quiénes somos, al final? Somos productos de un doble sueño: el sueño coreano y el sueño americano. Nacimos en un país que no conocen a fondo nuestros padres y crecimos con los valores de un país que apenas conocemos, aunque poco importa esto, con todo lo que nos inculcaron nuestros padres. Somos más americanos --o en mi caso, canadiense-- de lo que sabemos, y cuando menos conviene, somos incluso más coreanos de lo que quisiéramos reconocer.

Y allí está el punto: la doble retórica coreana confuciana que juega con la realidad e invierte las correspondencias entre significado y significante. Algunos coreanos fueron citados en los periódicos diciendo que se avergonzaban de ser coreanos por lo que había sucedido en Virginia. Les traduzco esta frase en cristiano: "Estamos avergonzados de compartir características raciales con aquel asesino en este momento, porque nos ha herido fuertemente el orgullo al cometer un acto tan nefando. De haber tenido éxito en sus estudios o ganado un premio Nobel, seríamos eternamente agradecidos que uno de nosotros hubiera echado una luz positiva sobre nuestra nación." Puede sonar egoísta fuera de su contexto nacional, pero el orgullo es trascendental en la cultura coreana. Es cuestión de vida y muerte, de toda la nación y no de una sola persona.(1)

Esta mentalidad de grupo yo la entendía de joven, pero de otra manera. Si bien los coreanos se agrupan fuera de su país, es que se encuentran bien en un grupo, ya que perciben ser parte de una jerarquía. Este paradigma lo aplican a toda interacción social y a todo aspecto de su identidad. Cosa que me molestaba, ya que quería apartarme de aquellas personas que siempre se movían en un grupo y hablaban como un grupo, y subscribían las ideas que promovía el grupo.

La vergüenza que han expresado algunos coreanos será aún más intensa en el caso de los padres de Cho. No me imagino el profundo dolor --desde la perspectiva coreana-- de sus padres, que habrán sufrido la personalidad violenta de su hijo como un castigo (idea prevalente en la cultura coreana). Pero nadie habla de los padres. Son coreanos. Ya sabemos cómo son. No hablan el idioma de aquí. Son callados. No se integran a la sociedad de acá.

Pero yo sé que detrás de este muro de estereotipos, existe otro mundo con otra lengua que se habla con otro ritmo y que percibe la realidad con otras dimensiones que no se traducen ni en términos lingüísticos ni filosóficos. Y este conocimiento, aparte de la fácil retórica del panorama amplio cultural, es como un tigre salvaje absolutamente indomable.

A veces pienso que preferiría no conocerlo.

(1) Para una explicación del concepto coreano de la unidad colectiva, recomiendo este post.

viernes, abril 6

Mil gracias

Que entre llamadas perturbadoras y relojes atrasados,
una empieza a creer que el cielo es rojo,
el cartero un espía y la disertación
un cruel castigo por haber leído
textos abolidos cuatro siglos ha.

Pero lo mejor de sentir la voz de la razón
es que puedes tender tus fobias
a la luz del sol y atender tranquilamente
a los problemas teóricos
de un capítulo interminable,
hasta llegar a su punto final.

lunes, abril 2

Espejismos del olvido

Hoy en la reunión con la directora de mi tesis doctoral, ella me preguntó si alguien me había llamado durante la semana pasada, que era una chica que estaba interesada en hacer un doctorado en nuestro departamento y que quería trabajar sobre el tema de la música y el Siglo de Oro.

Jo', qué envidia, pensé, en uno de esos lapsos que te hacen olvidar del fragmento del capítulo que has entregado con títulos del tipo "contexto musical del poeta cordobés", "música, retórica, poesía".

En fin, ya no me reconozco a mí misma, lo cual será uno de los efectos de escribir una disertación sobre la música y el Siglo de Oro.