miércoles, agosto 30

Poesía coreana: o bien, la reivindicación de una identidad personal

Muy raras veces sueño en coreano, pero las veces que lo hago, empiezo a cuestionar cosas, a buscar sitios en internet sobre las experiencias de otras coreanas que viven entre dos mundos, el occidental y el oriental. Mi sitio favorito es uno en que hablan un grupo de mujeres, de madre coreana, americanas casadas con coreanos, con hijos que parecen menos coreanos todavía que ellas, pero con cuyas experiencias tengo mucho en común, a pesar de tener sangre pura coreana. Sin entrar en detalles sobre qué es exactamente lo que tengo en común con esas mujeres, quiero hablar sobre mi próximo (y actual) proyecto de desvelar un misterio de toda mi vida: que es, en realidad, esa fascinación por la poesía que tengo, cuyos orígenes se han oscurecido gracias a la brecha lingüística que nos separa a mi padre y a mí. Bueno, no totalmente lingüística, pero también cultural, en sentido literal, y, ampliando los límites de su significado, también por ser yo mujer y él, hombre. Que no veo como una diferencia sexual, sino como una distinción cultural, sobre todo dentro de un contexto cultural que marca netamente el territorio varonil del de las mujeres. No diría machista; más bien de orientación masculina. Tampoco quiero entrar en este tema.

A lo que voy es que mi novio, antes de aprender el coreano, ve la necesidad de aprender el español, cosa que confunde a mis padres, que ven en mí su primogénito de raza coreana...y si cocino raras veces comida coreana, si no trato con coreanos, salvo en las pocas ocasiones en que me topo con coreanas que crecieron en países latinoamericanos (curiosamente, coreanas y no coreanos)...esto no quiere decir que yo no tenga identidad coreana o que la quiera ocultar, o que esté desconectada de ella. No, señor! Al contrario! La tengo tan arraigada que a veces quedo ciega en mi confusión cultural y me siento tan tan coreana, que me sorprendo y me hundo en el penoso proceso de desenrollar tanto bagaje socio-cultural.

Tampoco me quejo. Es que si una está acostumbrada a vivir toda una serie di diferencias y contrastes con el mundo externo, esto sirve para refinar la sensibilidad, para que una sea más atenta a cambios sutiles, y para aceptar que cuanto más sabe una, más errores surgen y menos posibilidades hay de conocer ninguna cultura bien a fondo, pero a su vez, eso abre el camino de las infinitas posibilidades de conocerse a si misma.

Y allí está la cuestión de la poesía coreana, que utilizaré para entender por qué cavolo escribo ciertas cosas, que seguramente son el resultado de escuchar a mi padre sermoneando sobre tantos temas en su modo confuciano (porque era de familia no religiosa); mi padre que ha confesado a mi madre que al leer la poesía se emociona, y que recientemente se ha declarado católico y no protestante, como quiso mi abuela materna.

Será que soy más grande, que duele menos mi identidad conflictiva, que extraño el consuelo de tener una sola identidad; será que el presente revela ciertas tendencias que sólo se explican a través del pasado...pero de un pasado remoto que yo ni siquiera conocí en persona, pero que ha infundido en todo mi ser ese no sé qué, que no sé qué es, francamente.

Y lo buscaré en la poesía.